Reflexiones de un alumno que pega patadas a la verja de un instituto
REFLEXIÓN SOBRE LA INUTILIDAD DE DAR PATADAS A UNA VERJA DELANTE DE LA SALA DE PROFESORES
(4º E.S.O. I.E.S. Mar de Alborán, Estepona, Málaga)
EXPOSICIÓN DEL PROFESOR:
Álvar es un alumno de 4º de ESO especializado en percusión. Una de sus aficiones favoritas es aporrear el pupitre logrando toda clase de ritmos, especialmente durante los primeros minutos de clase, hasta que el profesor le lanza una mirada asesina. Luego suele hundirse en la inactividad o en la charla continua, otra de sus aficiones. Hace unos días vimos a través de las ventanas de la sala de profesores a un tipo intentando saltar la valla que rodea el instituto. Era Álvar. Como no podía entrar, no se le ocurrió otra cosa que dar unas cuantas patadas contra el alambre, a ver si cedía, sin pensar que estaba actuando en directo para nosotros, los profes. Nunca habíamos visto un interés tan grande de un alumno por entrar en un centro educativo, lo que nos llenó de emoción. Pero, por otra parte, como dijo una compañera, quizá en lugar de premiar su insistencia habría que castigarle por intento de invasión. Al fin se impuso lo último, y se le expulsó del centro una corta temporada. Se nos pidió que le pusiéramos trabajos o actividades a realizar en su casa durante ese tiempo para que no confundiera un castigo con unas vacaciones. Cuando, como profesor suyo de Ética, me llegó el turno de imponerle alguna tarea, pensé en su continua charla en clase, en su molesta percusión compulsiva y en su abulia habitual, y decidí mandarle algo que parecía imposible: una reflexión de 70 líneas "sobre la inutilidad de dar patadas a una verja delante de la sala de profesores". Sonreí ante mis compañeros pensando que Álvar quedaría desbordado y sería totalmente incapaz de pasar de diez líneas, si es que hacía algo. Sin embargo, a los pocos días me entregó el siguiente trabajo, que a continuación transcribo. Como se verá, no puede no aprobar mi asignatura. Aún hoy ignoro cómo ha podido aprender ética, pero es un hecho que la ha aprendido. En mi vanidad, pienso que algo he tenido que ver. Él sabrá.
REDACCIÓN DEL ALUMNO:
La mañana empezó malamente. No sonó el despertador, y en medio de un sueño profundo y tranquilo escucho a mi madre: "rápido, que nos hemos quedado dormidos, levántate enseguida". Por supuesto no quedaba tiempo para desayunar. Así que después de gimnasia, a segunda hora, creo que no me sentí con ánimos de dar matemáticas; todavía no había desayunado, vaya, y nos saltamos la clase. ¿Qué tiene que ver con las patadas contra la verja? Cuando a la hora del recreo quisimos volver a entrar (yo había encargado un bollo en el bar del instituto), no se podía. No pensé en reglas, ni en dónde estaba la sala de profesores, sólo que si no recogía el bollo en el recreo me quedaría sin él.
Las patadas en la alambrada eran para ver qué fuerte era y si podía saltar por allí. Inútil, claro que era inútil, aunque no me hubieran llamado la atención; por allí no se podía saltar, la alambrada no se doblaba, mi desayuno se desvanecía. Decidí no darme por vencido, por fin encontré otro sitio donde entrar y recogí mi desayuno.
Que fue inútil que le diera las patadas, está claro. Y no sólo inútil, fue tonto. Tendría que haber previsto que eso llamaría la atención y que si luego entraba tendría problemas. Problemas en el cole (la expulsión, la primera en toda mi carrera escolar, no sin altibajos pero hasta ahora sin expulsiones), problemas en casa (he tenido que ir a trabajar con mi padre y encima hacer los deberes) y todo por una alambrada que se interponía entre mi bocadillo y yo. Encima hasta eso lo había liado yo saliendo del patio sin pensar en cómo volver a entrar. Además alguna otra vez había funcionado, pero entonces no era importante entrar durante el recreo porque no tenía hambre.
Simbólicamente podría pensar que dar una patada a algo es por un impulso agresivo o por una frustración. También sé que cualquier agresión normalmente provoca una defensa, aunque sea un colegio. Mi enfado con el colegio solamente ha provocado el "enfado" de éste conmigo. Es mejor adaptarse a las circunstancias (ser unos mandados), pero resulta que a los jóvenes nos cuesta mucho trabajo (también a algunos no tan jóvenes) actuar según unas órdenes dadas por personas de autoridad. Pero claro, se comprende que en cualquier sitio como un instituto donde hay mucha gente tiene que haber reglas, si no no habría convivencia.
Podemos hasta verlo en el ejemplo de la alambrada. Si todo alumno del instituto le diera una patada a la valla una vez al día, ésta no duraría ni tres, y esto sin contar con los profesores de la sala de profesores que tendrían que presenciarlo. Se tendrían que pasar el día regañando a los niños que dañan la propiedad escolar. Creo que hasta aquí pueden llegar mis reflexiones, ya me había dado cuenta antes de escribir esto que ese tipo de comportamiento no lleva a ninguna parte. Pero en esta vida se cometen fallos para aprender de ellos, si no cometiéramos errores no podríamos ni mejorar ni evolucionar. Visto así, mi comportamiento ante la valla delante de la sala de profesores ha sido un fallo del que puedo aprender. Si no hubiera sido delante de los profesores, no me hubieran llamado la atención y no hubiera podido aprender nada de este asunto.
(4º E.S.O. I.E.S. Mar de Alborán, Estepona, Málaga)
EXPOSICIÓN DEL PROFESOR:
Álvar es un alumno de 4º de ESO especializado en percusión. Una de sus aficiones favoritas es aporrear el pupitre logrando toda clase de ritmos, especialmente durante los primeros minutos de clase, hasta que el profesor le lanza una mirada asesina. Luego suele hundirse en la inactividad o en la charla continua, otra de sus aficiones. Hace unos días vimos a través de las ventanas de la sala de profesores a un tipo intentando saltar la valla que rodea el instituto. Era Álvar. Como no podía entrar, no se le ocurrió otra cosa que dar unas cuantas patadas contra el alambre, a ver si cedía, sin pensar que estaba actuando en directo para nosotros, los profes. Nunca habíamos visto un interés tan grande de un alumno por entrar en un centro educativo, lo que nos llenó de emoción. Pero, por otra parte, como dijo una compañera, quizá en lugar de premiar su insistencia habría que castigarle por intento de invasión. Al fin se impuso lo último, y se le expulsó del centro una corta temporada. Se nos pidió que le pusiéramos trabajos o actividades a realizar en su casa durante ese tiempo para que no confundiera un castigo con unas vacaciones. Cuando, como profesor suyo de Ética, me llegó el turno de imponerle alguna tarea, pensé en su continua charla en clase, en su molesta percusión compulsiva y en su abulia habitual, y decidí mandarle algo que parecía imposible: una reflexión de 70 líneas "sobre la inutilidad de dar patadas a una verja delante de la sala de profesores". Sonreí ante mis compañeros pensando que Álvar quedaría desbordado y sería totalmente incapaz de pasar de diez líneas, si es que hacía algo. Sin embargo, a los pocos días me entregó el siguiente trabajo, que a continuación transcribo. Como se verá, no puede no aprobar mi asignatura. Aún hoy ignoro cómo ha podido aprender ética, pero es un hecho que la ha aprendido. En mi vanidad, pienso que algo he tenido que ver. Él sabrá.
REDACCIÓN DEL ALUMNO:
La mañana empezó malamente. No sonó el despertador, y en medio de un sueño profundo y tranquilo escucho a mi madre: "rápido, que nos hemos quedado dormidos, levántate enseguida". Por supuesto no quedaba tiempo para desayunar. Así que después de gimnasia, a segunda hora, creo que no me sentí con ánimos de dar matemáticas; todavía no había desayunado, vaya, y nos saltamos la clase. ¿Qué tiene que ver con las patadas contra la verja? Cuando a la hora del recreo quisimos volver a entrar (yo había encargado un bollo en el bar del instituto), no se podía. No pensé en reglas, ni en dónde estaba la sala de profesores, sólo que si no recogía el bollo en el recreo me quedaría sin él.
Las patadas en la alambrada eran para ver qué fuerte era y si podía saltar por allí. Inútil, claro que era inútil, aunque no me hubieran llamado la atención; por allí no se podía saltar, la alambrada no se doblaba, mi desayuno se desvanecía. Decidí no darme por vencido, por fin encontré otro sitio donde entrar y recogí mi desayuno.
Que fue inútil que le diera las patadas, está claro. Y no sólo inútil, fue tonto. Tendría que haber previsto que eso llamaría la atención y que si luego entraba tendría problemas. Problemas en el cole (la expulsión, la primera en toda mi carrera escolar, no sin altibajos pero hasta ahora sin expulsiones), problemas en casa (he tenido que ir a trabajar con mi padre y encima hacer los deberes) y todo por una alambrada que se interponía entre mi bocadillo y yo. Encima hasta eso lo había liado yo saliendo del patio sin pensar en cómo volver a entrar. Además alguna otra vez había funcionado, pero entonces no era importante entrar durante el recreo porque no tenía hambre.
Simbólicamente podría pensar que dar una patada a algo es por un impulso agresivo o por una frustración. También sé que cualquier agresión normalmente provoca una defensa, aunque sea un colegio. Mi enfado con el colegio solamente ha provocado el "enfado" de éste conmigo. Es mejor adaptarse a las circunstancias (ser unos mandados), pero resulta que a los jóvenes nos cuesta mucho trabajo (también a algunos no tan jóvenes) actuar según unas órdenes dadas por personas de autoridad. Pero claro, se comprende que en cualquier sitio como un instituto donde hay mucha gente tiene que haber reglas, si no no habría convivencia.
Podemos hasta verlo en el ejemplo de la alambrada. Si todo alumno del instituto le diera una patada a la valla una vez al día, ésta no duraría ni tres, y esto sin contar con los profesores de la sala de profesores que tendrían que presenciarlo. Se tendrían que pasar el día regañando a los niños que dañan la propiedad escolar. Creo que hasta aquí pueden llegar mis reflexiones, ya me había dado cuenta antes de escribir esto que ese tipo de comportamiento no lleva a ninguna parte. Pero en esta vida se cometen fallos para aprender de ellos, si no cometiéramos errores no podríamos ni mejorar ni evolucionar. Visto así, mi comportamiento ante la valla delante de la sala de profesores ha sido un fallo del que puedo aprender. Si no hubiera sido delante de los profesores, no me hubieran llamado la atención y no hubiera podido aprender nada de este asunto.
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